“El poder como ideología única es otra mentira” y “el diálogo que lleva a construir un proyecto común requiere de escuchar, renunciar, reconocer los errores, aceptando los fracasos y equivocaciones”.
“Pero da la impresión de que siempre caemos en lo contrario: los errores son cometidos por ‘otros’ y seguramente en ‘otro lado’. Crímenes, tragedias, pesadas deudas que debemos pagar por hechos de corrupción pero, ‘nadie fue’”.
“Nadie se hace cargo de lo que hay que hacer y de lo hecho. Parecería un juego inconsciente: ‘nadie fue’ es, en definitiva, una verdad y quizás hemos logrado ser y sentirnos ‘nadie’”.
También hizo una especial exhortación por los pobres y ancianos olvidados, a quienes consideró ‘víctimas de la exclusión, verdadera anestesia social’.
“El relativismo que, con la excusa del respeto de las diferencias, homogeniza en la transgresión y en la demagogia; todo lo permite para no asumir la contrariedad que exige el coraje maduro de sostener valores y principios. El relativismo es, curiosamente, absolutista y totalitario, no permite diferir del propio relativismo, en nada difiere con el ‘cállese’ o ‘no te metas’”.
“El poder como ideología única es otra mentira. Si los prejuicios ideológicos deforman la mirada sobre el prójimo y la sociedad según las propias seguridades y miedos, el poder hecho ideología única acentúa el foco persecutorio y prejuicioso de que ‘todas las posturas son esquemas de poder’ y ‘todos buscan dominar sobre los otros’. De esta manera se erosiona la confianza social”.
“Nos lleva a ser cómplices, con nuestra indiferencia, de las manifestaciones de abandono y desprecio hacia los más débiles de la sociedad. Parecería que el bien público y común poco importa mientras sintamos el ‘ego’ satisfecho”.
“Nos escandalizamos cuando los medios muestran ciertas realidades sociales pero luego volvemos al caparazón y nada nos mueve hacia esa consecuencia política que está llamada a ser la más alta expresión de la caridad. Los extremos débiles son descartados: los niños y los ancianos”.
“Ya conocemos hacia donde nos llevan las pretensiones voraces de poder, la imposición de lo propio como absoluto y la denotación del que opina diferente: al adormecimiento de las conciencias y al abandono”.
“Sólo la mística simple del mandamiento del amor, constante, humilde y sin pretensiones de vanidad pero con firmeza en sus convicciones y en su entrega a los demás podrá salvarnos”.
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