domingo, 11 de noviembre de 2012

Desde la azotea del edificio Kavanagh, de los más altos de Buenos Aires, se podía dibujar el mapa de una de las manifestaciones más grandes que haya presenciado la Argentina.


ELMUNDO.ES: Una columna de aproximadamente seis kilómetros de largo, avanzaba por la Avenida 9 de Julio, en dirección a la plaza del Obelisco,...


Una columna de aproximadamente seis kilómetros de largo, avanzaba por la Avenida 9 de Julio, en dirección a la plaza del Obelisco, recogiendo a su paso las marchas tributarias que llegaban desde distintos puntos de la ciudad.

Al caer la noche, los policías que sobrevolaban el centro de la ciudad en helicóptero, cifraron en más de un millón el número de participantes en la protesta

Y todavía seguía llegando gente.

La movilización convocada a través de las redes sociales, era en contra del Gobierno pero la destinataria de los abucheos, de los bocinazos y del incesante ruido de las cacerolas fue Cristina Fernández, a quien se le achaca el clima de odio que atraviesa a la sociedad.

No sólo en Buenos Aires sino que en todas las grandes ciudades del país, los oponentes a la presidenta reclamaron por la inseguridad, la inflación, las restricciones a la compra de moneda extranjera, la campaña para amordazar a la prensa independiente y la corrupción en los niveles más altos de la administración pública.

No habían pasado dos meses desde la primera gran manifestación, cuando los que se definen como la mayoría silenciosa del país, se volcaron a las calles a rechazar el proyecto en ciernes del oficialismo, de reformar la Constitución para que Cristina pueda postular por tercera vez a la presidencia, en las elecciones del 2015. "Aún estamos a tiempo de pisar el freno antes de caer en una dictadura chavista (por Hugo Chávez)", decía el lienzo que se extendía a todo lo ancho de la calle Santa Fe.

Cerco a la Casa Rosada

El día anterior a la protesta, la temperatura en la capital llegó a los 40 grados y la humedad fue del el 55 por ciento. Muchos sectores de la capital se quedaron sin luz por la sobrecarga en las redes de suministro. 

En la Casa Rosada, que también estuvo a oscuras, acechaba el temor a que la crispación de los damnificados sirviera de combustible a la protesta, pues el país entero atraviesa por una crisis energética que muchos atribuyen a que Cristina está demasiado ocupada con la guerra que mantiene contra el diario 'Clarín', su bestia negra, como para atender los asuntos que hacen a la vida cotidiana de sus compatriotas. 

A eso de las 21.30, los primeros manifestantes confluían en la Plaza de Mayo, donde la Policía levantó un doble cerco para evitar que llegaran hasta la Casa Rosada, donde no había una sola luz encendida. 

El corresponsal de ELMUNDO.es preguntó a un individuo que había venido de trabajar y no tuvo tiempo de cambiarse el overol de mecánico, su opinión acerca de la tesis del jefe del Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, sobre los sobornos que habrían recibido quienes convocaron la protesta, de manos de "ciertos grupos económicos", interesados en desestabilizar al gobierno.

"A los soldados de la presidenta no les cabe en la cabeza que alguien pueda participar en un acto como este si no hay dinero de por medio. A ellos los único que los moviliza es la plata", dijo el manifestante.

A juicio de los periodistas que cubrían el evento, el símbolo más elocuente de la movilización fueron los ocho residentes de un geriátrico de ´pobres, que llegaron a pie desde el barrio de Montserrat. "Dicen que los que no están de acuerdo con Cristina son los bacanes (ricachones). ¿Cuándo fue la última vez que probamos un trozo de carne? Nosotros vivimos de la caridad de la Iglesia y de algunos pesos que nos pasan los parientes. ¿Es eso lo que se entiende por oligarquía?", dijo Polly, jubilada del servicio de Correos.

La agenda de Kirchner

La Policía preparó todo anticipadamente, para que la protesta no alterase la agenda de Cristina Kirchner ni perturbara su sueño. Los agentes se desplegaron en la ruta que une la capital con la localidad de Ezeiza, donde la presidenta tenía previsto un discurso a ser transmitido por cadena de radio y televisión, justo en el horario en que los manifestantes llegaban a la Plaza de Mayo.

La idea de sincronizar el discurso con la protesta, era que los medios electrónicos no pudieran reflejar las dimensiones que ha tomado el rechazo a la jefa del Gobierno. Al final, algún de sus asesores la convenció de que el truco resultaría contraproducente.

Otro destacamento policial levantó barreras a distancia prudente de la Residencia Presidencial, para impedir que los manifestantes del barrio de Olivos se acercaran a las murallas que rodean la quinta. La dueña de casa no estaba segura de si pasaría la noche allí, tan cerca del bullicio que armaba esa gente al batir las cacerolas.

En palabras de uno de sus ayudantes, Cristina optó por "azotar a los gritones de la derecha con el látigo de la indiferencia". 

Pero durante la reunión que mantuvo con un grupo de simpatizantes pidió a quienes la critican que "hablen con la verdad en sus labios". "Si no te gusta el gobierno porque defiende los derechos humanos o porque antes podías contratar a un pobre trabajador por dos mangos (dos centavos) y ahora no podés, decilo con todas las letras en vez de inventar tantas desgracias", disparó la mandataria kirchnerista, dando a entender que aquellos que no comulgan con el "modelo de crecimiento con equidad" pertenecen a una minoría llena de privilegios.

Los portavoces del oficialismo fueron aún más explícitos. 

El senador oficialista Aníbal Fernández atribuyó la movilización a una maniobra de la oligarquía para desestabilizar al país. "No cabe duda que los CEO de la derecha pusieron plata para que eso funcione", dijo el ex jefe del gabinete presidencial. 

Estela de Carlotto, presidenta de la asociación de Abuelas de Plaza de Mayo y firme aliada del gobierno, advirtió a quienes salieran a la calle, que la historia los juzgaría "como serviles a los intereses de los grupos dominantes y enemigos de los que han logrado levantar la cabeza del lodo". 

Y todo gracias a Cristina Kirchner.

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