domingo, 25 de octubre de 2015

Alicia Kirchner al borde del linchamiento.


RÍO GALLEGOS.- Las dos cuadras y media que caminó fueron un infierno. Un manotazo la alcanzó desde atrás y la golpeó en la espalda. Otro arrastró consigo un manojo de cabellos rubios. Eran de Alicia Kirchner, la ministra de Desarrollo Social y hermana del Presidente, que ayer fue agredida por un grupo de 300 manifestantes que la hostigaron mientras almorzaba en un restaurante del centro de esta ciudad.

La cara de la mujer que el gobierno nacional quiere como candidata a gobernadora de Santa Cruz se cubrió totalmente de harina. Volaban huevos sobre ella. Caminó y caminó, sin resguardo alguno, acompañada por sus dos hijas, Natalia y Romina Mercado, y por el sacerdote Juan Carlos Molina. Dos minutos antes, en el interior del local, había dicho: "Yo puedo caminar mi ciudad con todos mis vecinos".

Sonaban alaridos en el mediodía en que esta capital volvió a perder la paz. "Provocadora, chorra, traidora. Esta provincia ya no te pertenece. ¡Fuera!" Todo eso escuchó la hermana del Presidente. Se tomaba del cuello de una persona que la rodeaba procurando no caerse en el amontonamiento de gente, al tiempo que oía más insultos. Pudo quitarse los anteojos. Parecía que no podía respirar.

Rodeada por sus hijas Natalia y Romina, la ministra Alicia Kirchner es agredida con huevazos y harina por los docentes en huelga
Rodeada por sus hijas Natalia y Romina, la ministra Alicia Kirchner es agredida con huevazos y harina por los docentes en huelga.Foto:Horacio Córdoba
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Todo comenzó a las 14, mientras comía en una clásica parrilla local, Roco, sobre la avenida Presidente Roca. Una maestra que almorzaba allí la vio y abrió el camino al escrache. Un llamado a un colega docente alcanzó para que, en diez minutos, la cuadra se colmara. Primero fueron unas 30 personas. Pero el número crecía casi tan rápido como la bronca. El restaurante, totalmente vidriado, fue testigo inesperado de la furia. Las radios locales dieron aviso enseguida de la presencia de la ministra. Los mensajes de texto de los teléfonos celulares completaron la cadena que se armó en minutos.

Como podían, los manifestantes se hacían espacio para pegar sus narices frías contra el vidrio. Querían verla. Alicia Kirchner estaba en una mesa alejada, ubicada casi en el fondo de un salón que no tenía más de 80 metros cuadrados. Los autos que pasaban tocaban bocina y paraban, en doble fila.

Ella, adentro, no se imaginaba que terminaría todo tan mal.

En un diálogo con LA NACION en el interior del restaurante, antes del episodio de violencia, dijo: "Me da mucha pena. Yo busco el amor. A esta gente la están manejando". Su sonrisa habitual estaba hasta ese momento intacta.

De jeans, polera rosa y botas, la hermana del Presidente repetía que podía caminar sin problemas "entre su pueblo".

Una maestra primero, el abogado Dino Saffroni después, el empleado municipal Juan Carlos Ibáñez -que mostraba las heridas suturadas en la cara producto de la represión anterior- se fueron acercando a ella para expresarle sus reclamos. De a poco. Algunos con diálogo cordial, otros con un elevado tono de voz para un sábado en familia. Así estaba la ministra: la acompañaba un grupo de diez mujeres, entre ellas sus hijas y su mano derecha en la cartera social, Inés Páez de Bianchi. También estaba su yerno y el padre Molina, sin sotana.

El comienzo

Las personas congregadas afuera de a poco comenzaron la avanzada sobre el restaurante. Una señora de unos 70 años que almorzaba con su marido ni se inmutaba; la vista clavada en su parrillada. "Yo te voté y me defraudaste. Mientras vos estás comiendo, mis hijos se mueren de hambre", le decía a Alicia Kirchner una docente en medio del creciente tumulto. "Salí y dialogá", le exigían. La ministra pidió entonces que se formara una comisión de cuatro personas, que ella los iba a recibir. Nada valía en ese mediodía frío que, de todas maneras, ardía.

Un mozo le ofreció que saliera por una puerta lateral. "Siempre he dado la cara. Salgo caminando por donde entré", contestó. Se paró como pudo entre los manifestantes y los medios, no sin antes asegurarse de que sus compañeros de mesa hubieran pagado los 300 pesos que costó el almuerzo.

Dio un beso a cada uno de los diez mozos del restaurante y se metió en la cocina para saludar al resto del personal. Y así salió, creyendo que nada podía pasarle.

"Nunca, nunca, me imaginé tal violencia", confesó por la noche, en una conferencia de prensa en la Casa de Gobierno, que fue más un acto partidario que una ronda para escuchar las razones de la agresión.

Con dolor

"Me pegaron patadas, me golpearon la espalda, me tiraron del pelo Pero el dolor lo tengo acá", sostuvo, mientras se llevaba la mano al corazón. Tenía una curita en la sien derecha.

Su gente, los militantes del Frente para la Victoria que la escuchaban desde la gradas, la aplaudieron como si estuviera lanzando su candidatura. A ella se la vio molesta ante esa situación y procuró aclararles: "La violencia genera violencia. Les pido por favor que sigan de la misma manera, calmos". Y reclamó "reflexión" a los docentes.

Liliana Vera, vocal en el Consejo Provincial de Educación por los privados, no se arrepintió. En diálogo con LA NACION, dijo: "Si los funcionarios quieren seguir saliendo a la calle que arreglen esta situación".

Una escena llamó la atención. No había ni un solo policía ni tampoco un solo gendarme dando vueltas por la zona durante la agresión. La propia ministra pidió por teléfono que no le mandaran seguridad.

Cuando pudo llegar a su camioneta Ford Ranger doble cabina, arrancó entre empujones rumbo a su casa, a pocos metros de la del presidente Kirchner. Allí sí había gendarmes. Entre ellos, el jefe, Roberto Caserotto, de ropa deportiva y sobretodo.

Después llegó el renunciante ministro de gobierno Daniel Varizat y su reemplazante, Pablo González. También estuvieron el senador nacional por Santa Cruz Nicolás Fernández y el intendente de El Calafate, Néstor Méndez.

El silencio total reflejaba el clima que se vivía dentro de la casa. Excepto porque un fox terrier ladraba sin cesar asomado por la pequeña puerta de rejas lateral de la casa de estilo patagónico, muy pequeña y antigua, color tomate, en la que vive Alicia Kirchner.

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